Recuerdas que cuando eras pequeño y toda la familia se reunía frente a la
misma mesa, todos los primos jugaban, correteándose alrededor del patio. Tú te detenías
para recobrar el aliento, quedabas como en trance y perdías la cuenta cuando los
adultos intercambiaban palabras extrañas, te acercabas tratando de entender de qué
hablaban y querías a como dé lugar formar parte de la discusión, haciendo
memoria en un esfuerzo supremo para utilizar una de las palabras que oíste a la
maestra de jardín decir. En ese entonces no comprendías, tus padres, tus
abuelos, tus tíos, conforme ellos desaparecieron empezaste a entender la
importancia de la frase “unión familiar” que todos suelen colocar en las
tarjetas navideñas. Tal vez extrañas el árbol, ese que veías desde abajo con
pilas de regalos y más regalos amontonados, que al llegar la media noche desenvolvías
desesperadamente para luego presumir de tu nueva adquisición, o peor aún, que
ahora tu pobre madre prepare infinidad de platos para compensar la soledad
porque ahora la mesa queda demasiado grande, o que nadie se digne a esperar
hasta las doce para empezar con la cena, solo piensas que cuando eras niño todo
era mucho más simple, y por desgracia tuya, nunca volverán esos días.
Ahora caminas por las calles, y te ves reflejado en la pupila de un pequeño
con la cara sucia, junto a una anciana que camina a duras penas, ambos apoyándose
para caminar, preguntándose que se llevarían a la boca aquel día, cuando de
repente a tu mente llega la escena de dicha pareja extraña cobijados bajo la
misma manta acurrucados en cualquier esquina, ambos luchando por quedar dormidos
y acelerar esa noche tan poco especial para ellos mientras el cielo explota por
fuegos artificiales.